2 sept 2011

Un mundo que cae


Muchas veces se ha hablado, se ha escrito o se han producido películas sobre el fin del mundo. Extraterrestres, catástrofes naturales o criaturas extrañas eran los causantes de la muerte en tropel de los seres humanos y todo ser vivo terrestre. Sin embargo, el fin parece estar cerca. Y no son precisamente especímenes de otros mundos los que acabarán con el mundo que conocemos. Será el hombre. Y tampoco ese fin supondrá la muerte automática de millones de personas ni la destrucción de Nueva York, París y Londres (porque a España u otras partes del planeta nunca llegan esas escenas peliculeras). El fin del mundo, del mundo conocido, se está produciendo ya; el sistema capitalista, el auténtico Mundo, está en pleno proceso de descomposición y nadie sabe cómo acabará. Sí, está claro que pervivirá, que no vamos a acabar -gracias a Dios- en una URSS, en un régimen fascista o en feudalismo. Pero nuestro mundo, ese del dinero, los coches, las casas, la Seguridad Social, las escuelas públicas, los hospitales, las carreteras y el apoyo -en mayor o menor medida- de Papá Estado va a cambiar. Y mucho. Adiós a la Sociedad del Bienestar. Adiós -ya era hora- al despilfarro de políticos corruptos, enchufes, comisiones, subcontratas y empresas públicas. Como dice uno de los muchos lemas de los Indignados, "no hay pan para tanto chorizo". Y lo peor es que tampoco hay pan para los que no somos chorizos, no hay pan para el jamón ibérico ni para la mortadela con pistachos. Pero sí hay impuestos, sacrificio, recortes y obligada conciencia social.

Sobre nuestras espaldas, las de los ciudadanos, las de los parados -entre los que me encuentro- caerán con impostada conmisceración los ladrillos de ese nuevo mundo, ese que emergerá cuando caiga definitivamente el anterior.

Muchos jóvenes de mi generación, de algunas mayores y -si la Play todavía les deja pensar- de otras menores hemos sentido alguna vez envidia por nuestros padres y por aquellos que vivieron la Transición española, ese momento de cambios sustanciales en la vida y la sociedad españolas. Y, sin embargo, apenas nos damos cuenta de que nosotros mismos nos bañamos en las aguas de una transición mayor, más radical si cabe, en la que pasaremos a ser todavía más masa social, más pobre y gris, para que el Sistema, esa Autoridad abstracta, ese Dios moderno, ese Matrix disfrazado de prosperidad, siga nutriéndose de nosotros y no se ahogue en sus propios vómitos. Igual que nosotros estudiamos el surgimiento del capitalismo en los burgos de la Baja Edad Media, la industrialización, los movimientos sindicales, el crack del 29 o los golden boy americanos de los ochenta, las generaciones del futuro nos analizarán a nosotros, a aquella sociedad acomodada que no supo entrar en el siglo XXI con pies firmes y que tuvo que replantearse a sí misma para seguir viva. Quien sabe, quizás esos libros de texto estén en chino, y sólo en chino.

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