Hoy en día, tal como está la situación económica, los jóvenes -y no tan jóvenes- licenciados (aquí entran ya diplomados, graduados y todas las posibles variantes) universitarios nos planteamos qué hacer después de la carrera. "Trabajar" decimos la inmensa mayoría, pero la realidad no nos lo pone demasiado fácil. "Seguir estudiando" parece ser la respuesta casi obligada que muchos nos vemos obligados a pronunciar. Desde ministros, hasta sociólogos, pasando por nuestros contactos más cercanos o aquellos que menos nos conocen, todos parecen estar tocados por alguna gracia ancestral que les dá potestad para aconsejarnos seguir formándonos. Por supuesto, el conocimiento no ocupa lugar y la propia vida es un proceso de aprendizaje. Pero si optamos por seguir estudiando no es porque no nos apetezca trabajar, sino porque no nos queda otra.
Ahora bien, la siguiente pregunta es: "¿Qué estudio ahora?"; cursos gratuitos para desempleados, másteres universitarios, expertos, diplomas, talleres... La respuesta puede ser infinita. Pero sin nunguna duda, una que cada vez ha ido ganando peso es la de los másteres. De 2007 para este tiempo la palabra máster ha pasado de ser un complemento voluntario que unos pocos adquirían para perfeccionar sus conocimientos a una obligación para cualquier titulado universitario. ¿Acaso los años de carrera no han servido para nada? Sí, seguramente han servido, pero igual que Steve Jobs y otros genios informáticos crearon necesidades para satisfacerlas con sus propios productos, la Universidad española (supongo que siguiendo el ejemplo europeo) ha creado en nosotros, los titulados, la necesidad de cursar algún tipo de educación de postgrado para "ser más competitivo", "homologarnos a Europa", "especializarnos" o alguna de las demás parafernalias dialécticas que tanto gustan a decanos, rectores, ministros y políticos en general.
"Está bien, estudio un máster pero, ¿cuál?" es la siguiente pregunta. La respuesta en ese sentido se expande aún más, tanto que hasta el propio Stephen Hawking se haría "la picha un lío". Relacionado con tu carrera, para especializarse, o de otro campo, para diversificarse. Uno eminentemente práctico o de cariz investigativo. Uno oficial o uno propio. Las combinaciones pueden ser cientos. En resumidas cuentas, podemos optar, en primer lugar, por másteres oficiales: aquellos que, impartidos por centros públicos o privados, cuentan con la homologación de ANECA y, por tanto, adaptado al plan Europeo de Educación Superior -comunmente conocido como el Plan Bolonia. Este tipo de másteres, cuando se imparten en centros públicos, deben estar sujetos a unos precios públicos establecidos por la respectiva comunidad autónoma, aunque normalmente rondan los 1.700 euros por curso (y suelen ser de un curso o 60 créditos). Los centros privados, por su parte, pueden establecer el precio que les plazca. Como ejemplos -de los que yo he investigado-, el interesado en un máster de periodismo podrá optar desde el máster oficial de periodismo multimedia profesional de la UCM de 1700 euros, hasta el máster de periodismo de Unidad Editorial-El Mundo, que asciende a unos 11.000 euros.
Por otra parte, encontramos los másteres propios, cuyo plan ha sido diseñado por cada centro -públicos o privados- y por tanto no tienen obligación de establecer un precio concreto. En este caso, los precios de universidades públicas son tan altos como los de las privadas.
"¿Y para qué me servirá un máster?". A esa respuesta todavía no he llegado. Después de un año buscando y rebuscando másteres asequibles, con buen programa y contenido práctico, sólo puedo decir que sirven para contar con un arma más en la jungla del mercado laboral. Los contactos -y enchufes- son primordiales para encontrar un trabajo; pero aquellas extrañas empresas o entidades que se dejen llevar por el currículum del candidato, seguramente habrán sido adoctrinadas, como el resto de mundo estudiantil, en la imperiosa necesidad de cursar un máster y hacerlo patente en el CV. En otras palabras: como todo el mundo acabará por tener uno, hay que estudiar un máster.
¿Y todo este rollo a qué ha venido? Pues, como todo lo que hay en este blog (qué aburrido debe ser para alguien que no sea yo...) porque me preocupa personalmente. En pocos días empezaré un máster oficial en Estudios Europeos de la Universidad de Sevilla (con la ingenua ilusión de que, algún día, me pueda servir para informar de temas europeos o, simplemente, políticos y económicos) y, día sí día también, me planteo si me servirá de algo en el futuro. Por supuesto, para saber más, que nunca viene mal. Pero, sinceramente, lo hago porque no hay un hueco para mí en este mundillo; porque las empresas ni siquiera quieren contratar a semi-esclavos por 400 míseros euros al mes; porque la fábrica en la que se ha convertido la Universidad produce muchos más licenciados de los que el mercado es capaz de absorber y, a la vez, los obliga a volver a su seno para dejarse otros miles de euros en ella y poder presumir de sus muchos másteres y sus muchos campus de excelencia; porque desde pequeño crees que después de la Universidad trabajarás como tus padres y ahora nos encontramos con este temporal. En resumen, en este momento, con el título de licenciado todavía en el horno (o en la Zarzuela, como se suele decir), hago un máster porque me obliga el sistema educativo que entre todos se han encargado de construir. En cualquier caso, espero aprender lo máximo posible y que me abra las puertas que de momento me ha cerrado el periodismo convencional.
Ahora bien, la siguiente pregunta es: "¿Qué estudio ahora?"; cursos gratuitos para desempleados, másteres universitarios, expertos, diplomas, talleres... La respuesta puede ser infinita. Pero sin nunguna duda, una que cada vez ha ido ganando peso es la de los másteres. De 2007 para este tiempo la palabra máster ha pasado de ser un complemento voluntario que unos pocos adquirían para perfeccionar sus conocimientos a una obligación para cualquier titulado universitario. ¿Acaso los años de carrera no han servido para nada? Sí, seguramente han servido, pero igual que Steve Jobs y otros genios informáticos crearon necesidades para satisfacerlas con sus propios productos, la Universidad española (supongo que siguiendo el ejemplo europeo) ha creado en nosotros, los titulados, la necesidad de cursar algún tipo de educación de postgrado para "ser más competitivo", "homologarnos a Europa", "especializarnos" o alguna de las demás parafernalias dialécticas que tanto gustan a decanos, rectores, ministros y políticos en general.
"Está bien, estudio un máster pero, ¿cuál?" es la siguiente pregunta. La respuesta en ese sentido se expande aún más, tanto que hasta el propio Stephen Hawking se haría "la picha un lío". Relacionado con tu carrera, para especializarse, o de otro campo, para diversificarse. Uno eminentemente práctico o de cariz investigativo. Uno oficial o uno propio. Las combinaciones pueden ser cientos. En resumidas cuentas, podemos optar, en primer lugar, por másteres oficiales: aquellos que, impartidos por centros públicos o privados, cuentan con la homologación de ANECA y, por tanto, adaptado al plan Europeo de Educación Superior -comunmente conocido como el Plan Bolonia. Este tipo de másteres, cuando se imparten en centros públicos, deben estar sujetos a unos precios públicos establecidos por la respectiva comunidad autónoma, aunque normalmente rondan los 1.700 euros por curso (y suelen ser de un curso o 60 créditos). Los centros privados, por su parte, pueden establecer el precio que les plazca. Como ejemplos -de los que yo he investigado-, el interesado en un máster de periodismo podrá optar desde el máster oficial de periodismo multimedia profesional de la UCM de 1700 euros, hasta el máster de periodismo de Unidad Editorial-El Mundo, que asciende a unos 11.000 euros.
Por otra parte, encontramos los másteres propios, cuyo plan ha sido diseñado por cada centro -públicos o privados- y por tanto no tienen obligación de establecer un precio concreto. En este caso, los precios de universidades públicas son tan altos como los de las privadas.
"¿Y para qué me servirá un máster?". A esa respuesta todavía no he llegado. Después de un año buscando y rebuscando másteres asequibles, con buen programa y contenido práctico, sólo puedo decir que sirven para contar con un arma más en la jungla del mercado laboral. Los contactos -y enchufes- son primordiales para encontrar un trabajo; pero aquellas extrañas empresas o entidades que se dejen llevar por el currículum del candidato, seguramente habrán sido adoctrinadas, como el resto de mundo estudiantil, en la imperiosa necesidad de cursar un máster y hacerlo patente en el CV. En otras palabras: como todo el mundo acabará por tener uno, hay que estudiar un máster.
¿Y todo este rollo a qué ha venido? Pues, como todo lo que hay en este blog (qué aburrido debe ser para alguien que no sea yo...) porque me preocupa personalmente. En pocos días empezaré un máster oficial en Estudios Europeos de la Universidad de Sevilla (con la ingenua ilusión de que, algún día, me pueda servir para informar de temas europeos o, simplemente, políticos y económicos) y, día sí día también, me planteo si me servirá de algo en el futuro. Por supuesto, para saber más, que nunca viene mal. Pero, sinceramente, lo hago porque no hay un hueco para mí en este mundillo; porque las empresas ni siquiera quieren contratar a semi-esclavos por 400 míseros euros al mes; porque la fábrica en la que se ha convertido la Universidad produce muchos más licenciados de los que el mercado es capaz de absorber y, a la vez, los obliga a volver a su seno para dejarse otros miles de euros en ella y poder presumir de sus muchos másteres y sus muchos campus de excelencia; porque desde pequeño crees que después de la Universidad trabajarás como tus padres y ahora nos encontramos con este temporal. En resumen, en este momento, con el título de licenciado todavía en el horno (o en la Zarzuela, como se suele decir), hago un máster porque me obliga el sistema educativo que entre todos se han encargado de construir. En cualquier caso, espero aprender lo máximo posible y que me abra las puertas que de momento me ha cerrado el periodismo convencional.