Hace ya varios meses que me planteo escribir, aunque sea para autoconsumo, algo que deje constancia de la crisis existencial que arrastro desde hace tiempo. No, no es debido a la crisis, a la pésima situación laboral con la que me he encontrado al salir de la carrera o a la incertidumbre del futuro de España o la humanidad. Sino a las preguntas sin respuesta sobre la vida misma, la existencia y la muerte.
Evidentemente, como cualquier ser humano desde que adquiere consciencia, me he preguntado una y mil veces sobre de dónde venimos, adónde vamos y por qué estamos donde estamos. Pero fue este verano, durante una conversación -muy alegre ella- sobre seguros mortuorios, entierros e incineraciones, cuando me dí verdaderamente cuenta de que todos vamos a morir. Sí, siempre lo he sabido, pero la sociedad intenta ignorar -no sé con qué fin, si puramente inconsciente o si hay algún interés consumista o estatal para que no nos relajemos y vivamos la vida en plenitud- con miles de entretenimientos ese hecho, igual que parece obviar que en algún momento envejeceremos. Como escuché hace tiempo, se nos prepara para estudiar, para trabajar, para formar una familia, para educar a nuestros hijos, etc., pero no para envejecer y morir.
A lo que iba. Durante esa noche de agosto, la verdad cayó sobre mí como el plomo. Y, desde entonces, no he dejado de replanteármelo todo. Siempre he creído y creo en un Dios, una inteligencia creadora a la que como humanos no podemos llegar a entender; pero también me planteo si después de la muerte, no habrá más que nada, que no-existencia, que la misma oscuridad e inconsciencia que había antes de que naciéramos. Lo más importante, desde mi punto de vista, no es eso que llamamos "alma", sino la consciencia; el saber que existimos (como decía Descartes, "pienso, luego existo"), los recuerdos y todo lo almacenado durante una vida. No me importa si tras la muerte sólo queda eso, la consciencia, mientras mis partículas pasan a formar parte del todo (como sucedía en esa gran aunque menospreciada saga literaria -con su incursión fracasada en el cine- llamada La Materia Oscura de Philip Pullman). Al menos sabré que mi vida ha tenido un sentido y la mantendré conmigo. Del mismo modo, ¿qué sucede con aquellos seres que no llegan a desarrollar consciencia -bebés, animales, etc.- o los que la pierden -ancianos seniles-? Lo peor, evidentemente, sería la total oscuridad, la no-existencia; ¿qué sentido tiene algo si luego desaparece por completo, si nisiquiera ese algo lo recuerda?
Nunca he creído que la Existencia (con mayúsculas) sea fruto de la casualidad: puede que nosotros seamos casualidades, que casualmente un planeta disponga de las condiciones necesarias para que unas células evolucionen hasta dar con una máquina tan perfecta como el ser humano. Pero ¿y el universo? ¿Pueden millones y millones de galaxias, en un espacio infinito (tampoco creo que los humanos podamos comprender el término "infinito") estar ahí porque sí, con movimientos y operaciones matemáticas? ¿En ese caso, no hubiera sido más fácil que no existiera nada? Eso me hace plantearme otra cosa más, que me aboca al vértigo: ¿qué habría si no hubiera nada? ¿si no existiera tal universo? ¿qué es la nada? ¿nos vamos a esa nada después de morir? Y ya puestos, ¿existen las realidades paralelas? No un Star Gate, sino diferentes planos de existencia, millones de ellos.
Si alguien ha llegado hasta aquí: no, no me he fumado ni tomado nada raro (odio el tabaco); ni siquiera he visto Redes o algún extraño programa de La2. Es lo que tiene darle vueltas a la mente. A veces preferiría no tener tantas preocupaciones vitales y vivir lo terrenal sin cuestionarme nada; creer en alguna de las religiones con fe ciega y sonreír el último día de mi vida esperando a recibir el Reino de los Cielos, el Nirvana o los diferentes paraísos profetizados. Pero no es esa mi situación. Así que me digo a mí mismo que la única respuesta es la de vivir cada segundo de la vida, disfrutar de las personas con las que hemos tenido la suerte de coincidir en esta vida (familia, amigos, animales) y que venga lo que tenga que venir.
Evidentemente, como cualquier ser humano desde que adquiere consciencia, me he preguntado una y mil veces sobre de dónde venimos, adónde vamos y por qué estamos donde estamos. Pero fue este verano, durante una conversación -muy alegre ella- sobre seguros mortuorios, entierros e incineraciones, cuando me dí verdaderamente cuenta de que todos vamos a morir. Sí, siempre lo he sabido, pero la sociedad intenta ignorar -no sé con qué fin, si puramente inconsciente o si hay algún interés consumista o estatal para que no nos relajemos y vivamos la vida en plenitud- con miles de entretenimientos ese hecho, igual que parece obviar que en algún momento envejeceremos. Como escuché hace tiempo, se nos prepara para estudiar, para trabajar, para formar una familia, para educar a nuestros hijos, etc., pero no para envejecer y morir.
A lo que iba. Durante esa noche de agosto, la verdad cayó sobre mí como el plomo. Y, desde entonces, no he dejado de replanteármelo todo. Siempre he creído y creo en un Dios, una inteligencia creadora a la que como humanos no podemos llegar a entender; pero también me planteo si después de la muerte, no habrá más que nada, que no-existencia, que la misma oscuridad e inconsciencia que había antes de que naciéramos. Lo más importante, desde mi punto de vista, no es eso que llamamos "alma", sino la consciencia; el saber que existimos (como decía Descartes, "pienso, luego existo"), los recuerdos y todo lo almacenado durante una vida. No me importa si tras la muerte sólo queda eso, la consciencia, mientras mis partículas pasan a formar parte del todo (como sucedía en esa gran aunque menospreciada saga literaria -con su incursión fracasada en el cine- llamada La Materia Oscura de Philip Pullman). Al menos sabré que mi vida ha tenido un sentido y la mantendré conmigo. Del mismo modo, ¿qué sucede con aquellos seres que no llegan a desarrollar consciencia -bebés, animales, etc.- o los que la pierden -ancianos seniles-? Lo peor, evidentemente, sería la total oscuridad, la no-existencia; ¿qué sentido tiene algo si luego desaparece por completo, si nisiquiera ese algo lo recuerda?
Nunca he creído que la Existencia (con mayúsculas) sea fruto de la casualidad: puede que nosotros seamos casualidades, que casualmente un planeta disponga de las condiciones necesarias para que unas células evolucionen hasta dar con una máquina tan perfecta como el ser humano. Pero ¿y el universo? ¿Pueden millones y millones de galaxias, en un espacio infinito (tampoco creo que los humanos podamos comprender el término "infinito") estar ahí porque sí, con movimientos y operaciones matemáticas? ¿En ese caso, no hubiera sido más fácil que no existiera nada? Eso me hace plantearme otra cosa más, que me aboca al vértigo: ¿qué habría si no hubiera nada? ¿si no existiera tal universo? ¿qué es la nada? ¿nos vamos a esa nada después de morir? Y ya puestos, ¿existen las realidades paralelas? No un Star Gate, sino diferentes planos de existencia, millones de ellos.
Si alguien ha llegado hasta aquí: no, no me he fumado ni tomado nada raro (odio el tabaco); ni siquiera he visto Redes o algún extraño programa de La2. Es lo que tiene darle vueltas a la mente. A veces preferiría no tener tantas preocupaciones vitales y vivir lo terrenal sin cuestionarme nada; creer en alguna de las religiones con fe ciega y sonreír el último día de mi vida esperando a recibir el Reino de los Cielos, el Nirvana o los diferentes paraísos profetizados. Pero no es esa mi situación. Así que me digo a mí mismo que la única respuesta es la de vivir cada segundo de la vida, disfrutar de las personas con las que hemos tenido la suerte de coincidir en esta vida (familia, amigos, animales) y que venga lo que tenga que venir.
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