21 sept 2010

Otoño

Resulta extraño. Toda la vida detestando este periodo del año, con su descenso de las temperaturas (todo lo que pueden descender en un septiembre cordobés...), su aire melancólico y, sobre todo, con el regreso al colegio, instituto o Universidad; y cuando ya no lo tengo que hacer... ¡sorpresa! Lo echo de menos. No es que me guste eso de volver a madrugar (aunque, he de reconocerlo, he madrugado poco durante la carrera gracias al turno de tarde del que he gozado los cinco años) ni de volver a cargar con libros y profesores (hay algunos con los que se carga, desde luego). Pero al menos sabía lo que había: finales de septiembre, vuelta a las clases, saludos y besos, preguntas sobre el verano y, al fin y al cabo, volver a sentarte con esas personas que cayeron casualmente a tu lado en una incómoda banqueta y que poco a poco han ido formando parte de tu vida. Rutina, en definitiva, que te mantiene dentro de un orden y a la que acabas por acostumbrarte e, incluso, termina gustándote.
Pero este fin de verano y comienzo del otoño no será igual. En primer lugar, por las dudas. Dudas sobre el futuro, sobre qué he hecho, qué quiero hacer y, en resumidas cuentas, sobre qué va a ser de uno mismo. Másters, trabajos, idiomas, huelga general anual o iniciarme en la apacible vida de ermitaño son algunas de las muchas opciones que barajo y que siguen sin cuajar en mi desconcertada mente.
En segundo lugar, porque haga lo que haga ya no será "una vuelta", sino una "salida", algo nuevo que iniciar, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Como ya dije en otra entrada -y en otro de mis momentos maniático-paranoico-obsesivo-melancólico- también supone dejar atrás a muchas de las amistades de la Universidad. Sí, es cierto que quien se lo propone puede seguir manteniendo a los amigos de siempre (que me lo digan a mí, que acumulo pocos pero buenos amigos en Mataró, Arjona, Córdoba y, espero, Sevilla), pero el contacto no será el mismo ni en calidad ni en cantidad.
Y en tercer lugar -pongámonos solemnes- porque supone quizás el cambio más importante en la vida de un individuo: el paso de estudiante a la vida laboral. Quizá no se produzcan grandes cambios vitales con el paso de una a otra cosa. Pero el fin de la etapa formativa (si es que acaba ya) supone el precalentamiento para lo que será nuestro modo de vida de aquí a la jubilación (que si sigue así la cosa, será allá por 2060): trabajar, trabajar y trabajar. Dicho de otro modo: buscarse las habas por uno mismo. Y el periodismo no es precisamente la profesión que te permita comprarte las habas más caras del mercado (aunque, seguramente, sí cocinarlas con más gracia que ninguna).

En fin, creo que debo dejar ya de comerme la cabeza. Por cierto, me he autofustigado durante varios minutos por no haber escrito nada durante el verano. Aún así, las visitas a La Trastienda se han mantenido estables y hace tiempo que se superó el umbral de los 2.000 visitantes. ¡Gracias a todos! Seguid firmando por la mujer iraní condenada a la lapidación; sus hijos lo siguen pidiendo y parece que ese país "tan" democrático, plural e igualitario que es el Irán de los ayatolás está cediendo un poco.

3 comentarios:

  1. Ay, Héctor, estamos todos igual. Te entiendo perfectamente: "Másters, trabajos, idiomas, huelga general anual o iniciarme en la apacible vida de ermitaño". Qué identificada me he sentido con esta frase, me siento del mismo modo. En fin, ¡feliz septiembre! Dame un toque si vienes por Sevilla. Un beso.

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  2. De Héctor:
    Jajajaja sí, supongo que será como estamos todos... Pero bueno, de todo se sale! (hoy me toca día optimista). Se está diciendo de quedar el 15 de octubre para recordar viejos tiempos: una cena, salida, fiesta y parranda. A tí te viene bien, no? Venga, así nos vemos todos!!! (esto parece ya el facebook). Muaks!

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