Para bien o para mal. Las tradicionales y sobrias celebraciones de Todos los Santos, arraigadas en la cultura española desde hace siglos (incluso milenios), van dando paso -sobre todo en las generaciones más jóvenes- a la cada vez mayor presencia de una fiesta que siempre nos ha sido ajena pero que, poco a poco, se va haciendo nuestra: Halloween. Lo que al principio era una pintoresca celebración norteamericana importada a España a través de las películas (infantiles, adolescentes, sangrientas, terroríficas, románticas y de todo tipo), ha acabado por instalarse en el calendario nacional con plenos derechos. Tiendas de disfraces para la ocasión, fiestas en discotecas y pubs, fiestas para los más pequeños o ciclos cinematográficos dedicados expresamente a esta terrorífica noche dan buena fe de ello. Frente a esto, los más puristas siguen reivindicando la tradición propia: la honra a los difuntos visitándolos en los cementerios, la elaboración de dulces y platos típicos y el resto de rituales patrios de carácter religioso y solemne. ¿Cómo han influido los medios de comunicación en el avance de Halloween frente a Todos los Santos?
En mi recuerdo quedan las tradiciones y celebraciones ligadas a esta festividad, con un papel todavía destacado en Cataluña: en las pastelerías reinan durante estos días los tradicionales "panellets" dulces que, según contaban los profes en el colegio, nacieron como una ofrenda de los vivos a los muertos, que los depositaban en las tumbas de sus difuntos familiares ("¡pero si no se los pueden comer!" decíamos muchos alumnos). Incluso en el cole nos enseñaban cómo hacerlos y para el puente de Todos los Santos todos nos llevábamos a casa una bandejita con nuestra propia muestra de panellets (de piñones, de chocolate, con una cereza, etc.). A ello se suma otra de las tradiciones otoñales: la castañada. También en el cole nos dedicábamos durante estos días a decorar las clases con dibujos de castañas, de asadores de castañas o de "la castanyera", una anciana -parecida a doña Rogelia...- vestida de negro que asa esos frutos sin parar. Además, por supuesto, de los asadores distribuidos por la ciudad -y que también he visto en Sevilla y este año, en mayor cantidad que nunca, en Córdoba-. Otra tradición de estos días, ya en Jaén (o, al menos, en el municipio de Arjona, el de mi familia) es la de los "santos gacheros": supongo que en su origen consistía en llenar de gachas (leche y harina) las puertas de aquellos vecinos que no querían abrir y dar algún obsequio al visitante (en este punto se parece a Halloween), pero al final esa amistosa (y de fácil limpieza) tradición ha derivado en que los críos (y no tan críos...) del pueblo llenen las cerraduras de algo parecido a pegamento blanco o pintura con serrín.
Hoy son muchos -para algunos demasiados- los niños y jóvenes que viven Halloween como su propia fiesta. A decir verdad, y según algunas páginas que he consultado, esta festividad es más antigua que la de Todos los Santos. De origen celta, surgió como celebración del fin de la temporada de cosechas. Según las leyendas, se creía que al finalizar la cosecha, la división entre el mundo de los vivos y de los muertos apenas se discernía. De ahí las máscaras y disfraces: para ahuyentar a los malos espíritus. Era el llamado Samhain. Posteriormente, los romanos unieron esta festividad a su propia celebración de la cosecha, en honor a la diosa Pomona. Y con la cristianización, acabó instituyéndose como festividad de todos los Santos, que pasó del 13 de mayo al 1 de noviembre. Una jornada para la que se celebraba una vigilia solemne: la víspera de Todos los Santos; en inglés, All Hallows Eve, denominación que acabó derivando en Halloween. Una fiesta que ha terminado por convertirse en un juego de niños (el famoso "truco o trato" estadounidense) y, en España, una fiesta de disfraces (creo que la tradición de pedir caramelos todavía no está muy instalada aquí).
Respondiéndome a mí mismo en la pregunta de antes: los medios de comunicación mantienen, a mi juicio, una posición ambigua al respecto. O quizás, más que ambigua, inteligente. Por un lado, tienen en cuenta las tradiciones autóctonas: se suele hacer mención a los dulces típicos, a las visitas a los cementerios, los oficios religiosos, etc. Y por otro, cada vez más cubren la forma en que los españolitos estamos descubriendo los encantos de Halloween: la venta de disfraces, las fiestas especiales, la programación "terrorífica", etc. Y digo que es inteligente por dos aspectos: uno, porque siempre he creído que las tradiciones y la cultura ajenas, si no son malas, no hay por qué rechazarlas por el mero hecho de "no ser nuestras". Siempre respetando lo nuestro, no es nada malo asumir y probar algo de lo ajeno (aunque, ciertamente, la cultura anglosajona nos inunda por todas partes, así que más que "algo" es "algo más"). Y segundo, porque a un sistema económico al que le interesan el consumo por todas partes, le sería estúpido renunciar a alguna de ellas: los artesanos y los floristeros hacen su agosto durante estos días, igual que las tiendas de disfraces o los establecimientos de ocio. El mensaje a emitir es simple: podemos (y, casi, debemos) comprar flores para nuestros difuntos para mantener nuestra arraigada celebración; pero también podemos abrirnos y comprar disfraces, ver películas o celebrar el divertido Halloween. Dos fiestas que se complementan perfectamente; una de ocio y la otra de solemnidad.
Así pues, no nos dejemos engañar. Por mucho que algunos intenten evitar Halloween, estamos condenados a entendernos con las calabazas de ojos huecos. Y por mucho que aborrezcamos ir al cementerio, muchos se sentirán culpables si no van ese (y no otro) día del año a honrar a sus difuntos. Al final todo es más de lo mismo: tradición = negocio.
NOTA: la imagen es de la película Nosferatu. Un clásico del cine mudo que siempre es un placer ver, sobre todo en Halloween...