Pediré a los escasos lectores del blog que me permitan opinar, con toda mi ignorancia y humildad cinematográficas, sobre la nueva película de Harry Potter, saga de la que soy seguidor desde hace casi una década y que mantiene encendido -si es que alguna vez se ha apagado- el frikismo (en su acepción positiva) que todos deberíamos tener, aunque fuese en dosis pequeñas. El viernes pasado, justo el día del estreno, acudí a ver Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Parte 1. Cabe decir, al contrario de lo que muchos creen, la sala estaba llena de personas entre 20 y 30 años, y no de niños disfrazados de magos como todavía muchos creen. Sería aquella generación que, cuando Harry llegó a las librerías, rondaba ya la adolescencia; o quizá hayan llegado ahora. Lo cierto es que muchos miran por encima del hombro este tipo de literatura, tildándola de ligera e infantil sin antes leerla, cuando posee bastante más profundidad que muchas de esas novelas que los apolillados críticos literarios nos venden como delicias y que -¡sorpresa!- tratan cansinamente de la guerra civil y sus eternos ecos.
A lo que iba, que siempre acabo desvariando: mi humilde crítica cinematográfica de ese producto que sólo en su primer día recaudó más de 60 millones de dólares. Como todas las adaptaciones literarias, el análisis se puede hacer desde la comparación con el libro o desde la consideración como película independiente. Así que intentaré hacerlo de las dos maneras. Si nos atenemos al libro, del que la película cubre aproximadamente la mitad, la cinta de David Yates, producida por la Warner y Heyday, supone un calco casi total. Como siempre, se toma ciertas licencias (bailecitos adolescentes entre los protagonistas, supresión de explicaciones demasiado literarias, etc.), pero se ciñe al libro mucho más que las anteriores entregas. La primera mitad del libro de J.K. Rowling se centra en los tres protagonistas y en lo que podría considerarse un viaje de autoconocimiento (aparte de buscar los Horrocruxes o divisiones del alma del villano Voldemort). Y llevar todo eso a la gran pantalla implicaba una cosa: lentitud (por eso son dos partes). Muchas voces críticas atacan precisamente ese aspecto: los minutos de cinta que ocupan Harry, Ron y Hermione en sus viajes por bosques y paisajes británicos, hablando entre ellos con una acción casi nula. Así es libro. Para ello, el director David Yates parece haber querido sacar el máximo rendimiento a las escenas de verdadero movimiento: la escapada de los 7 Potter, la tensa y siniestra reunión de Voldemort y sus secuaces, la inflitración en el Ministerio o la captura a merced de Bellatrix. La base, pues, es lenta, pero la cubierta acaba por mantenerte al acecho ante cualquier sobresalto.
La película en sí, dejando -en la medida de lo posible- a un lado el libro, demuestra la madurez de la saga y de sus protagonistas, cuyos actores han mejorado -aunque Daniel Radcliffe, Potter, sigue igual de hierático que siempre- y cuyas relaciones ya no son la de tres niños que iban a clases estrambóticas. Aunque la versión doblada al castellano siempre altera la auténtica actuación, Emma Watson sigue por encima de los otros dos y, quizá sea porque me encanta ese personaje, podemos disfrutar de la mejor y más histriónica Helena Bonham Carter como Bellatrix (creo que el bando de los "malos" es más entretenido que el de los "buenos"). La fotografía sigue en la línea de la sexta película: estupenda. Los espectaculares paisajes y escenarios ayudan a ello y le dan algo de luz a una trama bastante oscura. La banda sonora, discreta, acompaña en la eternidad del viaje de los protagonistas, aunque sigo prefiriendo la de la sexta entrega (lo más salvable de esa película, por cierto). El hecho -aunque esto obedezca al libro- de que salgan por una vez del colegio y de la estructura de los otras películas, que cambien de escenarios (desde Londres hasta la campiña británica), que el peligro aceche durante toda la historia (y no sólo al final, como en las anteriores) y que se dé mayor importancia a los personajes aporta variedad y color a la saga. En definitiva, un peliculón, en la acepción norteamericana de la palabra: espectacular, con acción (aunque algunos se empeñen en negarla), efectos especiales y actuaciones un poco mejor que las anteriores. Vamos, una peli de palomitas sin pretensiones artísticas y, sobre todo, para los asiduos a las aventuras del mago. Por ello, abstenerse críticos eruditos, artistas visionarios o amantes del cine posmoderno: la peli sirve para entretener, reconfortar a los millones de fans y llenar las arcas de dólares, que ya es bastante.
A lo que iba, que siempre acabo desvariando: mi humilde crítica cinematográfica de ese producto que sólo en su primer día recaudó más de 60 millones de dólares. Como todas las adaptaciones literarias, el análisis se puede hacer desde la comparación con el libro o desde la consideración como película independiente. Así que intentaré hacerlo de las dos maneras. Si nos atenemos al libro, del que la película cubre aproximadamente la mitad, la cinta de David Yates, producida por la Warner y Heyday, supone un calco casi total. Como siempre, se toma ciertas licencias (bailecitos adolescentes entre los protagonistas, supresión de explicaciones demasiado literarias, etc.), pero se ciñe al libro mucho más que las anteriores entregas. La primera mitad del libro de J.K. Rowling se centra en los tres protagonistas y en lo que podría considerarse un viaje de autoconocimiento (aparte de buscar los Horrocruxes o divisiones del alma del villano Voldemort). Y llevar todo eso a la gran pantalla implicaba una cosa: lentitud (por eso son dos partes). Muchas voces críticas atacan precisamente ese aspecto: los minutos de cinta que ocupan Harry, Ron y Hermione en sus viajes por bosques y paisajes británicos, hablando entre ellos con una acción casi nula. Así es libro. Para ello, el director David Yates parece haber querido sacar el máximo rendimiento a las escenas de verdadero movimiento: la escapada de los 7 Potter, la tensa y siniestra reunión de Voldemort y sus secuaces, la inflitración en el Ministerio o la captura a merced de Bellatrix. La base, pues, es lenta, pero la cubierta acaba por mantenerte al acecho ante cualquier sobresalto.
La película en sí, dejando -en la medida de lo posible- a un lado el libro, demuestra la madurez de la saga y de sus protagonistas, cuyos actores han mejorado -aunque Daniel Radcliffe, Potter, sigue igual de hierático que siempre- y cuyas relaciones ya no son la de tres niños que iban a clases estrambóticas. Aunque la versión doblada al castellano siempre altera la auténtica actuación, Emma Watson sigue por encima de los otros dos y, quizá sea porque me encanta ese personaje, podemos disfrutar de la mejor y más histriónica Helena Bonham Carter como Bellatrix (creo que el bando de los "malos" es más entretenido que el de los "buenos"). La fotografía sigue en la línea de la sexta película: estupenda. Los espectaculares paisajes y escenarios ayudan a ello y le dan algo de luz a una trama bastante oscura. La banda sonora, discreta, acompaña en la eternidad del viaje de los protagonistas, aunque sigo prefiriendo la de la sexta entrega (lo más salvable de esa película, por cierto). El hecho -aunque esto obedezca al libro- de que salgan por una vez del colegio y de la estructura de los otras películas, que cambien de escenarios (desde Londres hasta la campiña británica), que el peligro aceche durante toda la historia (y no sólo al final, como en las anteriores) y que se dé mayor importancia a los personajes aporta variedad y color a la saga. En definitiva, un peliculón, en la acepción norteamericana de la palabra: espectacular, con acción (aunque algunos se empeñen en negarla), efectos especiales y actuaciones un poco mejor que las anteriores. Vamos, una peli de palomitas sin pretensiones artísticas y, sobre todo, para los asiduos a las aventuras del mago. Por ello, abstenerse críticos eruditos, artistas visionarios o amantes del cine posmoderno: la peli sirve para entretener, reconfortar a los millones de fans y llenar las arcas de dólares, que ya es bastante.
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