Que muchos albañiles se quedaron sin trabajo tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, lo sabe todo el mundo. Que el sector del periodismo está proporcionalmente igual o peor, no tanto. Será que a los medios de comunicación no les interesa demasiado "alardear" de sus reajustes de plantillas (y cuando lo hacen abusan de eufemismos como "optimizar", "sanear", "multiplataforma" o "multimedia"), aunque prácticamente todas las grandes empresas lo hayan hecho desde que empezó la crisis. Los datos que publica hoy Europa Press, haciéndose eco del Informe Anual de la Profesión Periodística 2010, editado por la Asociación de la Prensa de Madrid, son demoledores: desde que empezara la crisis, allá por 2007-2008, 3.588 periodistas han perdido su empleo, un 25% de los periodistas españoles. En otras palabras, 1 de cada 4 periodistas ha perdido su empleo.
"La epidemia que está pasando la profesión no tiene precedentes en ningún sentido" ha dicho el presidente de la APM, Fernando González Urbaneja; aunque, seguramente, lo dice desde un sillón de piel, un despacho o sala de prensa con calefacción, antes o después de un copioso almuerzo-coloquio ("¡cuando se come no se habla!"), de un viaje institucional a Hong Kong (nunca he sabido muy bien para qué sirven tantas reuniones y congresos) o de una clase magistral en algún máster de 20.000 euros al que sólo llegan los borjamaris y las marivalles de turno (a las que tito Edelmiro pronto colocará en la radio o periódico que dirige).
En lo que Urbaneja tiene más razón que un santo es en el abismal desajuste entre el mercado (o fábricas industriales) universitario y el mercado laboral. Según indica, en España hay 72.292 titulados, cuando sólo hay puestos de trabajo para unos 30.000. ¿Y qué hacemos los 42.000 restantes? Supongo que este fenómeno no es exclusivo del Periodismo. El propio ministro de Educación, Ángel Gabilondo (cuyo hermanísimo pronto pasará a ser un periodista parado más), ya dijo en su día que sólo en la provincia de Madrid había más abogados que en todo el Reino Unido. ¿Qué pasa con las Universidades? ¿Están tan ciegos los gobiernos, los rectores o quién rija las Universidades que no se dan cuenta de esta saturación? Y encima, por si fuera poco, nos dicen que,en tiempos de crisis, lo mejor es seguir estudiando. ¿Para qué?
Ahora que al gobierno le ha dado por recortar (primero, a los funcionarios, a los que tienen bien agarraditos; para seguir por las ayudas a parados, pensiones y todo gasto social), bien podría hacer una reforma en la Universidad. Igual que se critica la duplicidad de gobiernos (autonómico, central, local, provincial, etc.), se debería restringir la aparición de tantas universidades, a cada cual con peor nivel. No se trata de ser elitistas al más puro estilo EEUU, pero sí de dar una mayor especialización y calidad a los estudios. Si cada universidad se especializa en un sector, la selección de estudiantes será más rigurosa, los docentes y materias de más calidad y, en definitiva, habrá menos pero mejores centros y futuros profesionales (en el 2011 se prevé que se titulen 3.000 periodistas más).
"La epidemia que está pasando la profesión no tiene precedentes en ningún sentido" ha dicho el presidente de la APM, Fernando González Urbaneja; aunque, seguramente, lo dice desde un sillón de piel, un despacho o sala de prensa con calefacción, antes o después de un copioso almuerzo-coloquio ("¡cuando se come no se habla!"), de un viaje institucional a Hong Kong (nunca he sabido muy bien para qué sirven tantas reuniones y congresos) o de una clase magistral en algún máster de 20.000 euros al que sólo llegan los borjamaris y las marivalles de turno (a las que tito Edelmiro pronto colocará en la radio o periódico que dirige).
En lo que Urbaneja tiene más razón que un santo es en el abismal desajuste entre el mercado (o fábricas industriales) universitario y el mercado laboral. Según indica, en España hay 72.292 titulados, cuando sólo hay puestos de trabajo para unos 30.000. ¿Y qué hacemos los 42.000 restantes? Supongo que este fenómeno no es exclusivo del Periodismo. El propio ministro de Educación, Ángel Gabilondo (cuyo hermanísimo pronto pasará a ser un periodista parado más), ya dijo en su día que sólo en la provincia de Madrid había más abogados que en todo el Reino Unido. ¿Qué pasa con las Universidades? ¿Están tan ciegos los gobiernos, los rectores o quién rija las Universidades que no se dan cuenta de esta saturación? Y encima, por si fuera poco, nos dicen que,en tiempos de crisis, lo mejor es seguir estudiando. ¿Para qué?
Ahora que al gobierno le ha dado por recortar (primero, a los funcionarios, a los que tienen bien agarraditos; para seguir por las ayudas a parados, pensiones y todo gasto social), bien podría hacer una reforma en la Universidad. Igual que se critica la duplicidad de gobiernos (autonómico, central, local, provincial, etc.), se debería restringir la aparición de tantas universidades, a cada cual con peor nivel. No se trata de ser elitistas al más puro estilo EEUU, pero sí de dar una mayor especialización y calidad a los estudios. Si cada universidad se especializa en un sector, la selección de estudiantes será más rigurosa, los docentes y materias de más calidad y, en definitiva, habrá menos pero mejores centros y futuros profesionales (en el 2011 se prevé que se titulen 3.000 periodistas más).
Sólo en Madrid, la carrera de Periodismo se oferta en la Complutense, en la Rey Juan Carlos, en la Carlos III, en la Antonio de Nebrija, en la Europea, en la Camilo José Cela y en otras instituciones menos conocidas (como una tal Universidad Tecnología y Empresa). En Barcelona, por su parte, se imparten grados de Periodismo en la Universitat Autònoma, en la Pompeu Fabra, en la Ramón Llull y en otros centros; en Sevilla, tanto la Universidad Hispalense como CEADE. Y así una larga lista a la que se suman las universidades virtuales, como la Universitat Oberta de Catalunya (grado en Comunicación), la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) o la UNIR (Universidad Internacional de La Rioja). En total, 37 centros que ofrecen esta carrera. Como churros, vamos. Quizás sea porque a los medios les interesen más los estudiantes que los titulados; básicamente, porque gracias a los convenios de prácticas con las universidades, consiguen trabajadores por amor al arte (y nunca mejor dicho).
El informe de la APM también destaca que el intrusismo profesional se ha convertido en la primera preocupación de los periodistas, por encima del paro, la baja remuneración,la inestabilidad laboral, la incompatibilidad profesional con la vida familiar, la escasa organización profesional y la escasa rotación y promoción de plantillas. Respecto al intrusismo, siempre he pensado lo mismo: mucha gente cree que los "intrusos" son gente como Belén Esteban o Kiko Hernández. Está claro que da asco ver cómo esa gente cobra en un mes lo que un periodista de verdad en un año, pero ellos no son el problema. En definitiva, son un puñado de "afortunados" que hacen mucho ruido. El auténtico problema son los no-periodistas que, gracias a un contacto, un vínculo familiar o su labia han conseguido ocupar un hueco que no se merecían. La Constitución y su defensa de la Libertad de Información o "nosequé" impide la ya que va en contra de la libertad de cualquier ciudadano a expresarse en un medio de comunicación social. Así que, cualquiera que tenga cabeza, manos y enchufe (y no me refiero al del portátil), puede hacerlo. ¿Qué pensarían los profesores de institutos públicos si sus puestos se los dieran a otros sin necesidad de oposiciones, simplemente a personas capaces de aprenderse el libro de texto de Anaya y recitárselo a sus alumnos? ¿O qué dirían los abogados si un hombre docto en leyes y autodidacta ejerciera de jurista en un juicio?
Pero... ¡sshhhh! No interesa que se sepa ésto. Siempre será mejor que el público encienda su tele, disfrute con el glamour de sus presentadores y que sepa que tal o cual cadena sigue siendo líder de audiencia los martes; o que abra el periódico y descubra que la edición digital de tal o cual periódico supera los 20 millones; o que escuche la radio y le recuerden cuántos premios ganó su locutor.
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