Con la perspectiva que da
el fin de un año, puedo decir que este 2012 ha sido uno de los mejores años de
mi vida. Por supuesto, el brillo y la dulzura con la que recuerdo mi infancia y
adolescencia hacen difícil poder decir eso del “mejor año de mi vida”, por no
hablar de mi poca simpatía hacia ese tipo de clasificaciones (no tengo canción
favorita, ni película preferida, ni ningún ranking de recuerdos personales).
Pero sí tengo claro que ha sido un año especial. Seguramente lo que lo haya
hecho más especial fueran los casi cuatro meses de Erasmus-máster en Cracovia,
una experiencia vital que ha ampliado mis horizontes vitales y geográficos, me
ha permitido conocer a personas maravillosas –toda una familia durante esos
meses- y me ha aportado algo más de seguridad personal. No sé si mi paso por
Cracovia, o simplemente la edad, me han hecho valorar más que nunca la
importancia de la familia y los amigos; pero, en efecto, este 2012 también me
ha servido para revalorizar viejas amistades y crear otras nuevas, y ser
consciente de que eres de allá donde te sientas arraigado e integrado,
independientemente de la ciudad o la patria donde vivas.
El año que acaba también
me ha permitido canalizar mi visión y preocupaciones políticas en una
colaboración activa en Unión, Progreso y Democracia, un partido que, desde
abajo, intenta transformar y mejorar este país enfermo. Personalmente, además,
me ha hecho sentir que mi carrera, Periodismo, sirve para algo más que para ver
mi nombre estampado en un título oficial.
Cosas nuevas, cosas
viejas, cosas buenas, cosas no tan buenas. Todas han hecho que este año sea
difícil de olvidar. Espero que el 2013 sea, al menos, tan bueno como éste y, si
no es mucho pedir, lo supere.
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