Otro 8 de febrero que voy a la búsqueda del frío centroeuropeo. Como el año pasado, un día antes de mi cumpleaños vuelo hacia el este para pasar allí tres meses. Esta vez a Praga, y no de Erasmus, sino de Hércules; es decir, prácticas profesionales en una empresa.
A dos días de la partida tengo una mezcla de sensaciones. Por una parte, me siento absolutamente afortunado por haber sido seleccionado para un programa que han solicitado miles de desempleados andaluces, que -de momento- está siendo impecablemente organizado y que, a la vuelta, mejorará considerablemente mi currículum. Además, todo sea dicho, viviré en una ciudad que, aunque sólo pude disfrutar un día, me enamoró. Pero por otra parte, y al contrario que cuando el año pasado me fui a Cracovia, no puedo dejar de sentir cierta pereza y pocas ganas de abandonar mi país y Córdoba, una ciudad que cada vez la siento más mía. Supongo que será una reacción normal, y que una vez allí seré consciente totalmente de la oportunidad que tengo. Pero de algún modo sé que ésto es un preludio de lo que me espera y lo que espera a toda una generación de españoles formados, con ganas de trabajar y a los que España no nos da demasiadas oportunidades. Por supuesto, un programa de prácticas no tiene nada que ver con la crisis y el desempleo, ya que es útil incluso en épocas de bonanza; pero poco a poco se van convirtiendo en una toma de contacto y un trampolín para abandonar el putrefacto país.
Y, en medio de todo esto, me doy cuenta de que no quiero ser uno más que abandone el barco. Prácticas, becas, estancias; todas las que vengan. Pero, aunque a veces he dicho lo contrario, cada vez tengo más claro que pertenezco a este país, con sus luces y sombras, sus virtudes y defectos pero, al fin y al cabo, mío. Y si los españoles nos negamos a sacarlo adelante, nadie lo hará por nosotros.
Por todo ello espero que mi estancia en Praga sea, cuanto menos, tan gratificante como lo fue la de Polonia, que a la vuelta venga mejor preparado y, aunque suene grandilocuente, con más ganas que nunca de trabajar en, por y para España. Un país con tanta gente y tanto talento no puede eternamente vivir en el abismo. Aunque cueste, la mejor -o, al menos, la primera- fórmula para remontar es el optimismo y la confianza. A partir de ahí, estoy seguro, este país verá otra vez la luz y sus ciudadanos podremos sentirnos orgullosos no de España, sus políticos o sus empresas, sino de nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario