A menudo se dice que el hombre –y la mujer- contemporáneo
tiene tanto miedo a la muerte que prefiere pasar la vida mirando a otro lado,
fingiendo que ésta nunca va a llegar, o que falta tanto tiempo que no hay por
qué pensar en ella. Es cierto. Pero no parece que se trate de un mecanismo
utilizado sólo para esquivar la sombra fría y oscura de la muerte, sino a
veces, incluso, de la vida, de nosotros mismos.
He estado leyendo sobre Internet, redes sociales y relaciones
humanas y me ha surgido la siguiente duda: ¿utilizamos las redes sociales, los Smart-phones
e Internet en general para proyectar nuestra imagen constantemente y evitar así
cualquier introspectiva sobre nosotros mismos, o sobre lo que nos rodea? Recientemente –no sé si sigue en
antena- Vodafone lanzó un anuncio televisivo que refleja bien lo que planteo: una chica joven viaja en tren, en un trayecto largo, y se plantea las
horas que le quedan por delante como un tiempo para reflexionar sobre la vida y
sobre sí misma para, a los pocos segundos, mandar lejos esa idea aburrida, coger su móvil y distraerse
con algún contenido de Internet.
¿Cuántas veces hemos hecho eso? ¿Cuántas veces nos evadimos
de cualquier problema a base de dedazos
inútiles sobre nuestro móvil, de publicar fotos en las que salimos estupendos
en Instagram, likear frenéticamente a
nuestros amigos de Facebook, escribir infinitos jajajaja a algún amigo de WhatsApp o actualizar el timeline de Twitter buscando algún tuit
gracioso que retuitear? Es más, ¿cuántas veces hemos preferido repasar las
fotos de nuestra galería o hacer limpieza de aplicaciones antes que mirar hacia
nuestro alrededor, a través de la ventana o, simplemente, pensar en algo que realmente está sucediendo en nuestra vida?
La frontera entre lo virtual y lo real parece estar
evaporándose, y como resultado –aparte de muchas otras cosas positivas-
avanzamos hacia un fenómeno extraño: rellenamos los huecos de nuestras vidas
con virtualidades, como quien solventa los momentos de silencio con el sonido
de una radio que ni escucha, o como quien disimula sus arrugas con el mejor
maquillaje.
¿Puede deberse, en algún caso, a que no sentimos interés por
nosotros mismos o, incluso, nos cuesta analizarnos como seres en un mundo real, saber
cómo somos, asumir defectos y valorar virtudes? ¿Resulta tan incómodo estar en
silencio y soledad con uno mismo, como es el hecho de permanecer sentado a la
misma mesa con un extraño sin nada de qué hablar?