25 ene 2016

¿Nos conocemos?

A menudo se dice que el hombre –y la mujer- contemporáneo tiene tanto miedo a la muerte que prefiere pasar la vida mirando a otro lado, fingiendo que ésta nunca va a llegar, o que falta tanto tiempo que no hay por qué pensar en ella. Es cierto. Pero no parece que se trate de un mecanismo utilizado sólo para esquivar la sombra fría y oscura de la muerte, sino a veces, incluso, de la vida, de nosotros mismos.

He estado leyendo sobre Internet, redes sociales y relaciones humanas y me ha surgido la siguiente duda: ¿utilizamos las redes sociales, los Smart-phones e Internet en general para proyectar nuestra imagen constantemente y evitar así cualquier introspectiva sobre nosotros mismos, o sobre lo que nos rodea? Recientemente –no sé si sigue en antena- Vodafone lanzó un anuncio televisivo que refleja bien lo que planteo: una chica joven viaja en tren, en un trayecto largo, y se plantea las horas que le quedan por delante como un tiempo para reflexionar sobre la vida y sobre sí misma para, a los pocos segundos, mandar lejos esa idea aburrida, coger su móvil y distraerse con algún contenido de Internet.



¿Cuántas veces hemos hecho eso? ¿Cuántas veces nos evadimos de cualquier problema a base de dedazos inútiles sobre nuestro móvil, de publicar fotos en las que salimos estupendos en Instagram, likear frenéticamente a nuestros amigos de Facebook, escribir infinitos jajajaja a algún amigo de WhatsApp o actualizar el timeline de Twitter buscando algún tuit gracioso que retuitear? Es más, ¿cuántas veces hemos preferido repasar las fotos de nuestra galería o hacer limpieza de aplicaciones antes que mirar hacia nuestro alrededor, a través de la ventana o, simplemente, pensar en algo que realmente está sucediendo en nuestra vida?

La frontera entre lo virtual y lo real parece estar evaporándose, y como resultado –aparte de muchas otras cosas positivas- avanzamos hacia un fenómeno extraño: rellenamos los huecos de nuestras vidas con virtualidades, como quien solventa los momentos de silencio con el sonido de una radio que ni escucha, o como quien disimula sus arrugas con el mejor maquillaje.

¿Puede deberse, en algún caso, a que no sentimos interés por nosotros mismos o, incluso, nos cuesta analizarnos como seres en un mundo real, saber cómo somos, asumir defectos y valorar virtudes? ¿Resulta tan incómodo estar en silencio y soledad con uno mismo, como es el hecho de permanecer sentado a la misma mesa con un extraño sin nada de qué hablar? 

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