Cada día que pasa se acerca más el final de la carrera. Y con ella acaba un ciclo vital que comprende desde que entras al colegio hasta que sales de la Universidad. En realidad tenía ganas; tantos años haciendo lo mismo llegan a aburrir bastante. Pero por otro, y dándome cuenta de la razón que tenían aquellas expresiones "es mejor estudiar", "ya verás cuando trabajes", "quién fuera estudiante", empiezo a sentir una gran incertidumbre, casi miedo, por lo que viene después. Y es ahora más que nunca cuando me doy cuenta de lo cómoda que ha sido la vida (bueno, sigue siendo, que aquí sigo) todos estos años: madrugar para ir al cole, pasar unas horas en clase, volver a casa, etc. Un esquema que más tarde se repitió con la Universidad, sólo que por las tardes. Un modo de vida que se acaba: ya no habrán más "el primer día de clase después del verano" con el que reencontrarte con tus amigos/compañeros de clase; tampoco el famoso "estoy harto de los trabajos en grupo","vamos a la cafetería" o "déjame los apuntes de ayer". Ni mucho menos ese "hoy no me apetece ir a clase, ya me pasarán los apuntes". Será el síndrome de Estocolmo, pero estoy seguro de que echaré de menos ese mundillo estudiantil.
Aunque la despedida final quizás no sea tan rápida. La crisis -y aunque no hubiera crisis, nuestro precioso mundo- no hace fácil esa vieja utopía de salir y encontrar trabajo nada más terminar la carrera. Así que lo más probable, y casi lo mejor, es seguir formándose. Pero ¿qué máster? ¿qué cursos? Preguntas qué derivan en otra más grave y esencial: ¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Qué quiero hacer durante los 40 -y creciendo- años que me quedan por trabajar? La respuesta... un abismo como el de la foto.